Salida.
Subir al tren. Las puertas
cerrándose. Sentar el culo. La maleta. Cruzar las piernas. Pillar postura.
Apoyar la cabeza. Dormirse.
Tres horas. Llegamos. Levantar el
culo. Las puertas abriéndose. Bajar del tren. Arrastrar la maleta. Mirar al
cielo. Caminar. Respirar. Bienvenidos a la
estrella fundida.
Conocido por todos los desconocidos.
Cervezas llenas.
Viejos recuerdos inundan la habitación. Ojos clavados en las paredes mirando
los movimientos que hacíamos ayer. Viejas amistades conocidas. Nuevas amistades
por conocer. Encantado de conocerte. Te
espero la próxima vez que vuelva. Ajetreos de un bar desconocido. Tus sentimientos a
flor de piel en un desierto anodino, donde el que entra cae en el hoyo. Cervezas vacías. Largo recorrido hacia la casa de las
ideas.
Farmacia.
FARMACIA. Medicamentos. Aire
infectado de salud. El laboratorio. Tiempo inyectado en agujas. El viejo junto
al mostrador, reclamando la dosis de mierda que le mantenga con vida. Luz
blanca. Cruz verde. Templo de las luces. Puñados de salud. Ansia de vivir.
Apliques.
Rebosante zapatero en la puerta. Confortable y
amigable salón. Cocina llena de comida. Mesa con platos, dispuestos a que
comience el convite. Suena el cumpleaños. Todos contentos y alegres observan
una caja tonta que les muestra que el amor, por desgracia, hace falta
demostrarlo. Mientras todos observan las tintadas paredes, piensas que los
apliques de las lámparas son los únicos que no necesitan que les demuestren
amor. Ellos, ya lo saben.
Termina la velada, ni te has enterado de todo lo que corre por tus venas y ahora a volar, rebosante del amor que te han demostrado los apliques.
Termina la velada, ni te has enterado de todo lo que corre por tus venas y ahora a volar, rebosante del amor que te han demostrado los apliques.
Callejón de los gatos (Bloody Mary).
Viernes noche. Calle oscura. Poca
luz. Una cuarentona apoyada en la pared, borracha; copa en mano, cigarrillo en
boca. Garitos heavys. Frío. Olor a marihuana. Porros rulando de acá para allá. ¿Quién fuma? El puma. Acera. Culo frío.
Pocas palabras. Cuatro caladas. Humo en vena. Sangre brotando de la napia. Callejón sin gatos.
Pasa
el tiempo. El segundero avanza. Mis pies siguen quietos. Viendo el tiempo
pasar. Uno. Otro. Mi cara, inmóvil, siente el
humo de mis entrañas. La noche fluye. Todo se mueve. Amarillo. Sofá rojo.
No sé dónde estoy. Vámonos a casa, que me esperas en cama. No sé si te gustará
verme cuando al fin llegue, pero no te quedará más remedio que soportar mi
cara.
Alcampo.
Pasillos blancos. Cocacolas
desteñidas. Fantas implosionadas. Frutas. Trufas. Putas. Las ruedas del carro
nos guían por pasillos. Latas de conservas que caducan el día de mi muerte. La
fiebre sube. El frío, baja. Volvemos a casa.
Cabaña.
El fuego calienta la habitación.
Las paredes guardan pis y recuerdos de gente que había estado allí antes. Entre
colegas conocidos y desconocidos, la paz de los indios devora la habitación. El
fuego se apaga y con él nuestro calor. La noche está preciosa. Te quedas
charlando con los astros, volando por el lago y tocando con los pies el futuro.
Vuelves a la cabaña, recogida en el fondo. Relájate y disfruta, piensas. Y
pensar es un buen comienzo.
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